el hombre en la noche

el hombre en la noche

diarios oníricos


El hombre en la noche enciende una luz para sí mismo (Heráclito)



10 ene 2023

Temblor de la tierra

 



Una vez la tierra tembló
al recibir un cuerpo que apenas era cuerpo. 

Un cuerpo que tenía raíz 
y que quería ser tronco y ramaje 
y savia en curso fluyente 
que aprendiera a hibernar 
y luego a florecer de nuevo y más tarde
a saberse sombra de otros cuerpos vivos. 

Porque los cuerpos no nacen
para estar muertos. 

La tierra tembló como lo hace cada día
por tantos hombres que caen. 
De ella, en aquella profundidad desconocida,
al cuerpo le crecieron cabellos revoltosos
un mentón afilado y duro
una barba hirsuta 
un pecho de lluvia nutriente
sabiéndose ya entraña de la vida. 
Y la mirada permaneció abierta
desafiando el paisaje borroso.

Una alondra emitió su voz acusadora
y la tierra volvió a temblar. 

Caída indeseada
desde allá abajo una mano oscura
arranca de la superficie al hombre bueno. 
La maldad no avisa 
y el hombre, incauto o prevenido, 
no sabe evitar la involuntaria captura. 
Atónito. La voz le quiebra sin entender 
su aguda inmersión en el silencio. 

Entonces el ave, junto a él, extiende su plumaje 
y se resiste a apagar el canto. 
Sabe que no puede abandonarle. 
Mira los ojos inmaculados del hombre
limpia el perímetro del yacente
y despliega su vuelo para salvarlo del olvido.


26 sept 2022

Arrullo mutuo

 


Ahí soy yo, pero no soy yo. Es el ave que muere para que yo viva.

El pájaro que fue y del que yo procedo. Todos procedéis de él y sin su vuelo no hubiera sido posible el vuestro.

Pero el ser alado no ha muerto del todo. No es presencia pero aún tampoco ausencia. Me sabe crecido y busca en mi cuerpo la cuna como yo persigo el runruneo de la tierra fértil y de las aguas que transcurren silenciosas.

¿Sientes mis frágiles latidos?, me pregunta. Déjame compartir los tuyos para que nuestros corazones hablen, para que nuestros esfuerzos se apoyen, para que nuestras ilusiones resistan. Yo, que he volado mucho más que tú, veo venir los obstáculos antes que los hombres.

La vida me está enseñando que hay muerte a cada paso, digo al pájaro. Antes era lejana. Era una palabra solamente. Una imagen que se multiplicaba en mil representaciones, a merced de los miedos. El monstruo de los monstruos al que los pintores han prestado infinidad de rostros. Y que los literatos han descrito con tantos cuerpos de palabras. Pero la muerte solo tiene una cara, la de cada individuo. Y hoy los individuos que mueren ante mis ojos se despiden con el rictus de una sonrisa apocada e irónica. Y yo les digo: ¿Habéis buscado las entrañas de la tierra? ¿Habéis pedido el socorro de las aves? 

Pero los moribundos callan no porque les falten las fuerzas sino porque ya no creen en nada. La vida se ha vivido, me dijo uno que mantenía el temple, y todo fue. 

¿Percibes aún la suavidad cálida de mi pelaje?, insiste el ave. Mientras me llega tu arrullo mermado haces que no haya perdido del todo la esencia del pájaro que yo también fui, le contesto. Nos complementamos y hacemos de los elementos que nos han permitido vivir un homenaje. Tú extiendes tus pequeñas garras al aire y yo palpo la materia visible que nos sujeta. Procedemos de una metamorfosis única que unas veces nos ha proporcionado dolor pero otras veces dicha.

El pájaro nota que hay congoja en mis palabras. ¿Morirías en mi lugar, si eso fuera posible?, le planteo. ¿Morirías tú en el mío?, susurra con voz exhausta.

Respiramos ambos el instante. Después no habrá nada.


 


7 may 2022

El hombre caído

 


No soy un hombre caído, aunque lo parezca. Soy un hombre que se acuesta sobre la tierra para escuchar su rumor. Pero al extenderme de bruces sobre el suelo, ¿no me derribo un poco a mí mismo? Si uno no sabe desalojar de sí cuantos detritus ha acumulado con tanta ansiedad innecesaria a lo largo de los años, ¿cómo va a saber escuchar al inmenso mundo que sujeta su débil cuerpo?

Sí, soy un hombre que poco a poco aprende a venirse abajo. No se trata de rebajar el espacio de su estructura mental. Es más bien ocuparlo de otro modo. Perder imágenes superfluas no es perder. Es hacer sitio para que alguna clase de pensamientos no dañinos se expandan sin que se vean impedidos por los más agresivos y vacuos. 

¿Qué oyes?, me pregunta el niño que sale de mí. ¿Los animales del sotobosque? ¿El movimiento telúrico? ¿Pasos que se desplazan? ¿Voces que disputan entretenidas? ¿Las corrientes sumergidas? ¿Los traqueteos de lejanos ferrocarriles? ¿El ulular de los cómplices del viento?

Escucho mi tiempo pasado, le respondo. Y me mira con extrañeza y a la vez divertido. 

Escucho el goteo de la lluvia de todas las épocas.

Escucho el torrente que arrastró vidas y fecundó la tierra.

Escucho la formación del limo que permitió dejar huellas. Y sobre las cuales se edificó.

Hay voces silenciadas que la mayoría ignoran. 

El niño dice que me comprende. Cuando eras niño niño, dice, no entendías casi nada. Pero querías poseerlo casi todo, aun siendo nimio y no percibir su dimensión. 

El niño no cesa en sus advertencias. A ti los gritos de los muertos te estremecen. Las súplicas de los que jamás han levantado cabeza te indignan. La sonrisa bufa de quienes creen haber conquistado la tierra y el cielo te revuelven las vísceras.

Ahora bien, dice el niño, si puedo hacer algo por ti, dímelo. Yo nunca me he ido. Estuve alejado pero tú seguiste dándome cobijo. Te estoy agradecido.

Crecí con el rechazo a cuanto ignoraba.

Crecí subestimando los tiempos proscritos.

Crecí borrando huellas que no conseguía del todo eliminar.

Heme aquí, tendido sobre lo seco y sobre lo húmedo. Sobre lo áspero y sobre lo suave. Sobre el clamor y sobre la mudez. Sobre el regocijo y sobre la tristeza. Sobre el conocimiento y sobre la ignorancia.

No he caído. Nada me ha derribado. Bocabajo hablo con las dimensiones menos reconocidas. 

Donde un cuerpo se hace otro cuerpo.

Donde un cuerpo envejecido se presume creciente. 

Donde ese cuerpo creciente no muere.

Pero, ¿acaso un cuerpo que no quiera reconocerse en su deterioro podría ponerse a salvo de otra manera que no fuera sino acostándose con la tierra?


 


4 mar 2022

El ave del paraíso



A veces el hombre en la noche silenciosa no sabe callar. Y en la duermevela, sin que sepa si sueña o si piensa, que es otra forma de soñar, le agita la brusquedad.

Ha escuchado una detonación seca y el aire se ha agitado. Cree estar solo y sabe que el silencio no suena, al menos no con sonidos que no le sean propios.

El hombre no es menos hombre por ser niño. Ni cuando lo era ni cuando ya anciano retorna en busca de lo perdido. ¿Será el golpe metálico que he escuchado como el rumor de una caracola que te lleva al origen?, se pregunta.

Luego retorna el silencio. El espacio en que no existen las preguntas y en el que no se arriesga respuestas.

El hombre en la noche callada sigue caminando entre sombras. No es temor a las antiguas imágenes con que se asustaba a los díscolos. Es la incertidumbre que se enmascara en los recovecos invisibles. Lo invisible no es lo que no se ve, sino lo que no se percibe, piensa. 

Sus pasos seguros, no por viejo sino por cansado, no temen el suelo. Sabe que si se abre un abismo por una pisada fatídica no tendrá tiempo de comprobarlo y eso ya no le inquieta.

De pronto sus pies desnudos han hecho crujir algo que no es hierba ni ramaje. Se ha agachado y tanteando sus manos acarician la suavidad de un plumaje. Recorre el pequeño cuerpo, sitúa la posición de unas patas inertes, acicala la cabeza redondeada del animal. Da forma al pájaro. ¿Habrá caído el ave del paraíso?, duda pletórico en su avance hacia el fin de la noche. 

Es instintivo en el hombre soplar sobre el pájaro caído. Signo de insuflar vida incluso a los muertos. El hombre se siente más vivo si sopla sobre los elementos inmóviles. Lo ha hecho siempre. Soplaba sobre las piedras, sobre las estatuas, sobre las páginas de textos oscuros de los libros, sobre los rostros inexpresivos de otros hombres.  Sobre las ideas que no cuajaban en su mente lenta. Tal vez esta vez resulte y mi caminar hacia lo ineludible se demore, se dice. El ave del paraíso también es de este mundo, pero él quiere que sea un puente imaginario hacia el no retorno.

Por un instante las manos del hombre creen sentir calor del animal. Lo acerca hasta su rostro y en medio de la noche el plumaje se tornasola, las patas pierden rigidez, se yergue altiva la cabeza, el pico se entreabre y todo el cuerpo transmite una leve agitación al hombre de la noche. 

La noche se queda sola y el hombre vuela.



10 dic 2015

Allegra





El azar engendra a sus hijos.
También los devora.

¿Por qué a unos los nutre con cuidados exquisitos
y a otros los expulsa al olvido
reclamándoles con envidia urgente y alevosa?

¿Por qué les son concedidas a los afortunados
posibilidades sin fin
y a veces la belleza es negada con crueldad
en sus mejores años?

No lo sé.

No sé para qué sirven los anhelos
que emiten con ansiedad los labios de los hombres
desde su altiva y mísera perdurabilidad.

Ni sé por qué dudamos en ocasiones
de los hermosos frutos que el mismo azar
olvidando a veces su condición atroz
ofrece con bondad ilimitada.

Ella no es ausencia.
Nos mira desde el polvo del vacío
que ahora ocupa traviesa.

Su voz habla.
Pide que su recuerdo sea tiempo de dicha
para nosotros.
Su voz se templa.
Quiere que vivamos intensamente dos veces,
una por ella.

Su voz benéfica, su voz risa, su voz eco.
Hermosa calma para resguardarnos del sinsentido
de los días.





6 jun 2014

Luminosidad






Allí, donde habitas un alma única
nadie puede romper tu rostro de cristal
ni traspasar tus lágrimas de océano.
Nadie suplantará tu voz, su viaje interminable
por los canales inconfundibles de la memoria.
En tu ámbito leve y cómplice
de los últimos animales de la tierra se entrega a ti
la materia más vieja,
la sustancia indescifrable a nuestros ojos,
que muta en tu pureza hasta erosionar
los gestos de los frágiles bárbaros.
Tu tegumento es ahora la luz
invisible y astral
porque también en las profundidades
hay planetas
y su irradiación incandescente no se apaga
nunca.




11 may 2014

Aparición






...Y allá estaba, en el fondo, en el sedimento
que reconvierte incesante la materia en materia,
en el fósil que retorna para hacerse memoria,
en la textura de costra antigua y de dolor de hombre,
seca postilla que al dividirse enciende luz,
como las formas de vida más recónditas,
cual indicios de orígenes maltratados que no renuncian
a su emergencia, y desde allá nos reclamaba,
en la morada de su escondite tenebroso
deviniendo recurso de las huellas más sabias...
¿para saber qué? ¿cómo se siente la violencia
natural acoplada a la mano de los canallas? ¿cómo
se desvirtúa el don de las tormentas
al atravesar los cuerpos más puros? ¿cómo se vuelve
a un principio de vacíos sin apenas
haber probado goces o sin dar tiempo a caer
en los errores que cualquier humano
debe acumular para aseverar que se  ha vivido?
¿o para escuchar cómo chirrían los sonidos
de lo más distante, o cómo se andan los caminos
de lo más obscuro, o cómo paraliza
hasta el último llanto
el amargo sabor de lo abyecto?

Y allá estaba, tejiendo con hilos invisibles
lo que otros llaman historia en abstracto, inútil empeño
si no se protege la vida,
esperando con el silencio más humillante, el del vencido
que no ha tenido opción a defenderse,
mientras vosotros, los supervivientes
normalizábais los quehaceres, pues vivir es seguir,
dicen los profetas de la necedad, pues seguir es olvidar,
claman los corifeos del orden que urgen a preservarlo,
y él esperaba porque intuía,
desde su dimensión de ángel,
que la impotencia no puede quebrar de un golpe
a toda la especie, no puede acabar con la presencia
íntima que se revelaba día a día
en el gran corazón de los fuertes y de los esperanzados.

Él, allí, en otro espacio, donde ya no cabe la tribulación
ni el desamparo, propiedades éstas
de los maltrechos vivos,
pronunciaba vuestros nombres.
Tú le escuchabas, mientras en noches sucesivas
de décadas infinitas te hacías las preguntas: ¿cuántos
están cayendo mientras esperan su vuelta? ¿cuántos
están rayendo su cuerpo con el filo de la angustia?
¿cuántos se esfuerzan en olvidar para no ser pasto
de cualquiera de los infinitos rostros del mal
que se conjuran para destruir a los hombres?
¿cuántos piensan que no va con ellos
sin caer en la cuenta de que la barbarie va a por todos?

Al fin el diálogo ha dado su pequeño fruto.
Y en lo hondo la tierra se manifiesta como siempre:
sagrada y generosa para acoger a los muertos.
Él no renunció a sus propias voces. Y el hombre
se disfrazaba de otros hombres, y su hilo inconsistente
y tibio, pero no apagado del todo,
os enseñó nuevos lenguajes. También el detritus
conjuga sentimientos y aguza
inteligencias que ponen a prueba la bondad.
Aquella sintaxis de resistencia, tesón y búsqueda
removió la tierra falsa que cubría las conciencias
invencibles. No fue tu corazonada
sino su clamor
lo que abrió la ciénaga seca.




21 mar 2014

raíces (huida del ruido)




Demasiado ruido alrededor. El ruido, inútil manifestación del movimiento, interfiere y no me deja crecer. Quiero permanecer quieto, pero me zarandean. Quiero estar callado, pero siempre me pincha alguien para que salte. Quiero dormir y me cierran la huida. Quiero contemplar y desvían mi mirada. Quiero ignorar el mundo y extienden mapas ante mis ojos tristes. Abro la boca para recibir la lluvia y ésta me evita. Extiendo las extremidades y numerosos objetos impiden mi estiramiento. 

 Busco un hueco donde detenerme. 

Una mano dibuja de manera lenta y grácil parte de mi perfil. Una humedad que reconozco me va a incorporando al trazo. Un roce del musgo proporciona placer a las yemas de mis dedos. Un arañazo incrusta el humus entre mis uñas. 

 Es melodiosa la cadencia de un chapoteo próximo.




19 mar 2014

raíces (percepciones)





Es el chapoteo lo que me excluye de lo cotidiano.

Los nervios que emergen de la tierra sostienen bóvedas bajo mis pies. Lo sé por los sonidos huecos que producen mis saltos. Busco hendiduras que me permitan ver el interior. Meto las manos y recibo frescor. Pongo el oído y me responde el susurro de las profundidades. Restriego el lomo de aquellas extremidades rugosas y hago caminar a dos de mis dedos en vertical como si subieran montañas. Luego, todos los demás bajan en tropel de ellas y se raspan. Se rasguñan, cada uno queda marcado por alguna pequeña mota de sangre. A veces por rayones rojos, rectos, impecablemente delineados. Luego, me curo con saliva y froto las heridas con briznas de hierba. Pienso en la escritura inevitable de los primeros cortes. Lo que se aprende y lo que se olvida una vez pasa el escozor. 

Es el olor del piélago oculto lo que me reconforta.



18 mar 2014

raíces (sonidos)




Me alivia saber que soy parte de las entrañas. 

Apenas asoma un fragmento de mí y el árbol sabe mi nombre. Cuando nadie conoce todavía cómo me llamo. He puesto el oído al borde de los pliegues y he escuchado el tiempo. Y los sonidos son: percusión de piedras que se desgajan, aullidos cruzados, galopar de caballos, carreras de chiquillos, alboroto de juerguistas, desfiles de invasores, detonaciones secas, timbales que se combinan, llantos desgarrados de mujeres, martilleo de cinceles, crepitar de bosques enteros, vocerío de mercaderes nómadas, desplome de aldeas de adobe, cánticos de preces siniestras, talas apresuradas, entrechocar de andamios, confidencias tibias, entregas agitadas, y viento. Mucho zumbido de viento y un eco de oleaje crispado que se acerca y se enmaraña con el aire. He pegado la oreja a la crucería oculta que hay debajo y mi corazón se acelera. Todo aquello que llaman tiempo suena estruendoso y se multiplica en sus pronunciaciones. Debo poner rostro a lo no visto. Imaginar movimientos convulsos. Capturar sus ciclos de lentitud. Seguir con mis dedos de niño ciego el trazado del subsuelo herido de vida. Para comenzar aquí arriba un nuevo esbozo. Para aprender a ver. 

Mi cuerpo tirita cuando se ve dibujado allá en la base. 

Mi cuerpo se estremece desde mucho antes. Antes de los sonidos de los animales y del griterío implacable de los hombres. Al escuchar en lejanía todos los sonidos que formaron el mundo.



17 mar 2014

raíces (agujero)





Me atrae mirar el enigma del mundo. 

Como entonces. O desde entonces. Buscando cuanto oculta la oquedad abierta en el tronco de un árbol, cuyo diámetro sorprende, cuya oscuridad asusta. Pero el espacio desconocido es tan amplio que fractura la precipitación de mi mirada. ¿Cómo dirigirme a aquella lágrima que la corteza ha dejado resbalar por su costado? ¿Cómo acercar mi mirada ingenua a un territorio que no puedo abarcar? Hay un registro fósil anterior que es todo un relato sin epílogo. La novela sin fin está allí y me hace insignificante. Acerco la boca a aquella abertura y pronuncio un gruñido, después la imitación de otro animal, más tarde un esfuerzo gutural que quiere decir algo, a continuación un monosílabo que apenas sabe nacer. El silencio. Pero cualquiera de aquellas manifestaciones orales han quedado dentro. ¿Quién las recibirá? 

He permanecido largo rato en guardia. 

En vano una respuesta inmediata. Las respuestas de los mundos se hacen allí dentro. Lo único y lo plural no son excluyentes. ¿Será menospreciado lo singular por la implacable e innumerable legión de expresiones que se van elaborando sin que el hombre intervenga? Cada una de ellas es principio y fin en sí mismas. Yo estoy allí, al borde, para percibir el tránsito. Intuyendo que el secreto de aquel ser de otro tiempo me llama, me responde, me envía señales de renovación. 

 Temo perderme en la dimensión, arrostro el desafío.




15 mar 2014

raíces (lenguajes anteriores)





Y allá abajo escuché el roce de la piel de la naturaleza. 

Y en aquel tacto que percibían mis oídos se oían pisadas de animales diferentes, caídas imprecisas de desigual sonoridad, choques de masas que de pronto enmudecían, detonaciones que parecían terminar con todo, ecos que reverberaban hasta extraviarse en el infinito. Y en aquella vigilia sobre el otro lado crujían ramajes, rechinaban guijarros, chasqueaban rocas desprendidas, susurraba un aire calmo, clamaban vientos agitados, se alternaba la intensidad rumorosa del agua fluyente, se desencadenaban galernas, se arrastraban seres casi imperceptibles, se precipitaban las violentas lenguas de fuego del cielo, y me llegaba el continuo y silente frotamiento de la arena hasta quedar todo momentáneamente detenido. ¿Era el lenguaje de la formación o el de la descomposición? ¿Se trataba de lo naciente o de lo que perecía? ¿Era una llamada o un repudio? No parecía haber resto humano allá abajo. Todo era anterior, todo sin origen, todo sin causa última.

 Tanta voz antigua me llenó de temblor. 

Pero obnubilado por la base del árbol que se abría poco a poco y que acariciaba mis pies quedé paralizado. No por espanto, sino por seducción. Y permanecí a la expectativa, buscando un diálogo improbable con los estratos que me pedían un coloquio con la edad del mundo.





13 mar 2014

raíces (lo pequeño)





Apenas soy sino un apéndice minúsculo. 

Me creo una formación, pero me diluyo entre los tiempos. Yo no escribiría si aún fuera de aquella era anterior. Ni sentiría con las palabras, ni buscaría con la curiosidad, ni construiría castillos inconsistentes con los pensamientos y las ideas. Sería simplemente arena arrastrada de un territorio a otro. Pero ¿acaso no lo soy ahora también? Barro modelado, esbozo pergeñado, trazo caprichoso del azar. Las apariencias y los disfraces de lo minúsculo deslumbran los ojos de la especie que hoy ocupa con presunción la Tierra. Todos sus pobladores se creen el edificio total. Me veo y no me veo, haciéndome. Si el rumor de allí abajo me inquieta, si la humedad que cala mi piel me debilita, si una cierta convulsión me traslada, ¿no habita bajo la fronda algo de mí? ¿No soy acaso también el subsuelo y sus memorias perdidas? 

Cada sensación placentera o dolorosa me habla. 

Su lenguaje, ¿es la manera de vincularme al instante sin tiempo en que fui solamente brizna o nieve? Todo lo que nos parece ordenado se descabala. Cuanto se muestra enderezado se retuerce. La mirada que cree abarcar el universo no pasa de palpar un espacio menor. La consistencia se vuelve fragilidad. La posesión conlleva la pérdida. 

Mis preguntas no pueden hacerse allí abajo. No siento necesidad.



11 mar 2014

raíces (coloquios)






El suelo me posee desde su fecundidad. 

Me sorprendo y me turbo. ¿Qué escucho en la cercanía? Voces que me sujetan, que tiran de mí cada vez más hasta el fondo, que me producen rozaduras con las aristas de la roca virgen, que me hablan con prudencia pero a la vez exigentes, que se dirigen a mí en estos términos: qué hiciste, dónde fuiste, dónde has permanecido, yo la del subsuelo, que te formé de una pizca de mi cieno, que te dejé emerger, que nunca te reclamé hasta que tú te has acercado a tus orígenes, relata lo que has visto ahí fuera, traslada lo que has sufrido, habla de tus sueños, comparte conmigo tu capacidad de sorpresa, dime de tu curiosidad, hazme sentir cuanto amaste, di que en todo cuanto anduviste había sustancia de aquí abajo, y lágrimas de mi misma.

No siento ajenas las voces del viejo ámbito. 

No es un umbral prohibido. No es una entrada cerrada. No es un país desconocido. Bajo las raíces percibo que me hablan sus olores, leo en su materia feraz, camino con la firmeza del que se sabe aéreo y sin que le afecte la gravedad, y en cada paso llevo ingenuamente un punto de luz. Allí dentro todo está más claro y debo mirar con ojos diferentes. 

Me sé híbrido y voy dejando por el camino un hilo de ida y vuelta, simplemente para no olvidar.



10 mar 2014

raíces (puentes)




Cuando el hilo se vuelve raíz. 

O descubres que lo ha sido siempre. Llámalo, si quieres, cordón umbilical. Sé más atrevido: puente, senda, mano. Oscura memoria. Tentado estás a pronunciarlo de otro modo: palabra. No sabes dónde comienza a hacerse visible o dónde es todavía arcano. De los territorios de allá abajo procede todo. Incluso la enseñanza que te proporcionaron germinó bajo tus pies. Has vivido con las ilusiones de la superficie, como la mayoría de los demás hombres. La tierra profunda no se siente agraviada por ello, pues entre sus secretos hay más bondad que en el corazón de los de tu especie. Sois vosotros los que vivís agazapados, no el mundo de las entrañas. 

Quiero saber de vuestra presencia 

para atemperar mis ansias de desconcierto, pronuncio en voz baja. Vivir aquí arriba se hace tedioso. Solo se vive en un combate de imágenes. Nadie se acerca a nadie para sentir al otro. Solo para ver su reflejo. Nadie echa una mano a nadie, como no sea para asegurarse que él se salva también. Nadie escucha a nadie, salvo para oír los propios argumentos rebotados. Nadie busca crecer, pues el alimento que lo posibilitaría no es ingerir un día y otro la misma ración de hastío.

Dejad que me busque entre los pliegues del árbol viejo.




9 mar 2014

raíces (el cuerpo)




Entre ellos me veo. 

No más caduco, sino más hecho. Pliegues y repliegues que se retuercen inocentes. Como mis preguntas: ¿Crecerán más las raíces que las ramas? ¿Puede el ramaje rozar el cielo? ¿Descienden las raíces hasta un punto o amplían la geometría allá abajo sin cesar? ¿Puedo seguir escondiéndome tras el tronco? No me veo en el árbol sino siendo el árbol. Mi extensión en la altura va renunciando a pretensiones. Me siento confabulado en la raíz con cuanto ha ido quedando atrás. El pasado preserva todas las dimensiones. 

El perfil afilado de mi cuerpo tras su cuerpo. 

Cuerpo protector que se te cede. Cuerpo del que comes y en el que bebes. Cuerpo que equilibra tus alegrías y tus estremecimientos. Cuerpo que sientes ajeno y confirmas como propio. Cuerpo que avanza y retrocede. Cuerpo con antifaz y cuerpo descarnado. Cuerpo de temores y cuerpo de osadías. Cuerpo que se ofrece y cuerpo que recoge. Cuerpo con lengua de fuego y cuerpo con llama de saliva. Cuerpo de tierra y cuerpo de aire. Cuerpo generoso y cuerpo flácido. Cuerpo de vagidos y cuerpo de agonías. Cuerpo cara a cara y cuerpo agazapado. 

Escóndete en ti mismo. 

La voz extiende sus lianas y caigo abrazado en lo que es hondo y no se muestra.



20 feb 2014

obscura memoria: insomnio





La noche es insomne y el silencio es ruido. Los pensamientos se alborotan y el cuerpo duele. Un hombre destapa su sombra y ve su carencia. Levanta el íntimo calor y perece en su desnudez. Acude hacia un punto impreciso y no da con él. Su aliento es seco y el espacio irrespirable. Agita las extremidades y no acierta con los movimientos. Gesticula y sacude la nada. Describe con las manos la oscuridad y no palpa objeto alguno. Cree caminar y sus pies no le separan del instante. Confunde el lugar y no distingue la hora. Distiende su cabeza y no percibe rozamiento. Suspira y se encoge. Contiene la respiración y una fuerza interior le exige. Trata de hablar y se confunde. No hay luz y se dispone a iniciar una carrera. No tiene punto de partida y la meta es invisible. Aparenta agilidad y le grava su pesadez. Arranca un impulso y se siente atado. Confía en la compañía de una sola palabra y le responde una inmóvil traición. Presta atención al exterior y solo le llegan voces de su cuerpo. Emerge y se hunde. Cae e imagina que se eleva.



19 feb 2014

obscura memoria: alertas





Las alertas permanecen despierto o dormido. Y basta una ensoñación agitada o un pensamiento fugaz rebelde o un recuerdo que se cuestiona con cierta obsesión para que pongan al hombre en marcha. Entonces, aquel ser que parecía rígido se vuelve vertical y toma con sus pasos el suelo. Solar donde se extrae la materia. Horno donde se funde su mineral. Crisol donde la consistencia le transformará en válido. No cabe tanto esperar un resultado final perfecto como un proceso consistente que le vaya dotando de significados. Si la materia ha sido de gran pureza, su resistencia será superior. Si el moldeado le ha concedido un grado elevado de coherencia, su solidez le hará duradero. Si el afinamiento último ha sido expresivo, tocará la comprensión. Necesita contrastar el calor de su propia formación con la frialdad a que se verá sometido en su caminar. Ser erguido es un don y en su esfuerzo lo va aprendiendo. Alcanzará los objetos, pero deberá darles carácter. Desarrollará su técnica, pero se irá cuestionando sobre los límites. Los pasos del hombre erguido finalizan en cada fracaso. Su eternidad reside en la ilusión. Más allá, deberá aprender de nuevo, aunque a su vez tenga que dejar de ser. No hay utilidad de sus movimientos si no acierta a definir sus objetivos. La posibilidad de avanzar ilimitadamente puede desembocar en la quiebra. Su aptitud debe reclamar otras dimensiones. Deberá preguntarse constantemente para qué.



18 feb 2014

obscura memoria: impulso





Pulsa y compulsa. Está lejos y cerca. Lejos del pasado y cerca del instante. Más allá no hay prospección tangible, aunque él dé pasos como si la hubiera. Pero el instante se configura por lo que ha traído hasta aquí. El bagaje que le hace. También se nutre de lo imposible. El recuerdo que, no obstante, desfigura el pasado al tratar de interpretarlo (algo más puro al ser tocado por la simple percepción de su memoria) Y la ilusión por lo venidero (algo más materializado al hacer, ilusionar, planes) cuya vanidad pretende ser espacio, y siempre acontece desafío. El hombre de la noche se agita como si fuera el hombre del día total. Cree vivir en la luz plena, pero se orienta por ese ligero plano luminoso que se cuela por las cavidades diminutas de su ser. Crece en su insignificancia, pero él no admite su pequeñez. Soberbio siempre, hace de su pasión conducta. El oficio le consagra y sus pasos nunca van en la misma dirección, por más que pretenda. Porque la dirección se le ciega. Con la pasión levanta sus mundos. Pero los diversos rostros de sus apetencias se cruzan, alternando sus dominios y, por lo tanto, el precio de las imposiciones. Que derriban sus logros anteriores o refrenan su ritmo. El hombre de la noche es impulso, desvío, rumor. Cuando se detiene parece acabarse el mundo. Cuando va hacia otro lado todo queda en confusión. Cuando se torna vocinglero todos los hombres se alteran. Y sin embargo, hace tanto tiempo que descendió de unos límites para ser esto...Y sin embargo, si pudiera tener claro que solo si baja del pedestal podrá llegar más allá...Acaso simplemente sobrevivir.



17 feb 2014

obscura memoria: aproximación




Impetuosa y silvestre llega desde las ruinas. Se aproxima a la devastación de mi noche. Arrima su aroma a tomillo a mi lecho y me habla de su pérdida. Dispersa con sus relatos la confusión que zahiere mi vigilia. Me cuenta de la debilidad de los dioses y de la necedad de los héroes. Cómo no debo temer a los primeros ni esperar demasiado de los otros. Dice algo que nunca había escuchado. Que hay un juego acordado entre ambos para que los mortales nunca instauremos un estado diferente en el universo. Y sin embargo éste podría ser posible, dice ella con una pizca de ingenuidad que no es propio de una diosa. Entonces me informa de cómo hay un mortal que no se resigna al cambalache. Que le han referido que roba fuego a las divinidades no para ser como ellas, sino para hacer crecer a los humanos. Que incluso le ha visto cómo lo hacía y huir. Que ha callado para no delatar su acción, porque no parecía un héroe cualquiera. Que un día le siguió hasta un lugar donde vio entregar lo hurtado a los de su tribu. Que ella misma ha comprendido que los mortales pueden así disponer de variados usos y de afortunadas expresiones. Lozana y sigilosa permanece a mi cabecera. Vengo de las ruinas de otra parte para evitar la tuya, me ha dicho. Te hablaré del mundo que no conoces y de cómo evitar que caigas derribado cuando los muros de tu ciudad se vengan abajo. Te hablaré de lo que sois capaces si os ponéis a crear con vuestras manos y vuestra imaginación. Te hablaré de la generosidad que yo no tuve. Te hablaré de la contemplación y de la dulce música y de las palabras que también el fuego construye y dan calor. ¿Me hablará también de sus amores?




16 feb 2014

obscura memoria: confidencias





Con ella a mi lado, ligera y seductora, ¿cómo no perderme en su relato? ¿Cómo no poner imágenes a sus palabras cautivadoras? ¿Cómo no enternecerme con las alegrías de unos y deplorar la insatisfacción de otros? Si ella, siendo quien es, me habla de que los dioses son infelices, ¿no desata acaso dentro de mí una risa peculiar que de por sí se asemeja a un ejercicio de venganza? Si me traslada la frustración que los mortales se imponen porque no transgreden a tiempo las falsas leyes, ¿cómo no voy a irritarme? Si insiste en señalar la errónea y no siempre oportuna utilización de las fuerzas que los de mi condición vamos desarrollando, ¿no va a tentarme caer en desánimo? Pero ella no permite que me deje llevar por el desquite, ni que me enfurezca ni que me ponga triste. Tú no eres ajeno, me dice afable. Ni estás más limpio ni más enfangado, ni más libre ni más sujeto, ni eres más capaz ni más inhábil, ni dispones de más autorización ni de menos consistencia en tus criterios. Admite la experiencia de los demás como tuya propia. Más allá de tus actos y por encima de tus anhelos debes saber que participas de todas las cuitas que atormentan a los otros humanos. Quisiera objetar sus consejos. Quisiera rebelarme contra la claridad que me traslada. Quisiera crecerme en la pequeñez de cuanto no había sido consciente hasta ahora. El necio orgullo tira aún de mí, como si fuese mi amo. La ignorancia antigua se aferra a mis pies, como si fuera la única tierra posible. Pero el calor próximo de la diosa advenediza me conforta. Su silabeo sosegado pone melodía en mi espíritu. Roza mi lecho el olor a tomillo.



15 feb 2014

obscura memoria: espacios vacíos





Cuando salí del sueño mi cuerpo estaba húmedo. El cuarto olía aún a sudor. Poco a poco los aromas del campo iban desplazado las ensoñaciones. Las ventanas, abiertas de par en par, no sé por qué mano. Se batían los cuarterones. Rumor de las persianas. Se agitaba todavía mi torso, inquieto y perfumado por una esencia ajena. Olía a otro cuerpo. Un escalofrío persistente hizo que me sintiera huérfano. Algo que había poseído aquella noche y ahora no tenía. Sentía la carencia como una sequedad. Contracción de la piel. Los músculos perdían veloces el abigarramiento. Es lo que tiene verse desprovisto tras un sueño enriquecedor y placentero. No obstante, allí había huellas que revelaban una presencia palpable durante las horas anteriores. El recuerdo de la advenediza se disipaba pero las reacciones de mi cuerpo eran clamor. El lecho mostraba oquedades, no exclusivamente mías. No olía solo a almizcle. Los restos dispersos de vello adquirían pigmentaciones diferentes y dibujaban espirales cuya procedencia no era única. Mis dedos extraviados trenzaban los pliegues de las sábanas. Bajo mi cuerpo era la frialdad que avanzaba. El espacio vacío, incandescencia. Escruté los rincones y la superficie toda de la habitación. ¿Estaría ella oculta aún por allí? La invisible podía estar a mi lado y yo no percibirlo. Pausadamente una cierta calidez iba cubriendo mi confusión. El aire se detenía. La luz paralizaba su proyección. Luego aquella voz queda: ¿listo para continuar, aunque no me veas?, me decía. Enmudecimiento. Y una obscura y febril disposición se apoderaba de mí y de mi vacío.




14 feb 2014

obscura memoria: rostro viejo





Dicen que era el rostro de la oscura noche de los tiempos. Me lo contaba mi abuela, que apenas sabía hablar con corrección en mi lengua. Pero sus gesticulaciones y tonos describían mejor aquel rostro. Ella decía que lo había visto. Aunque dicen que cosa del pasado es -y bajaba la voz- la noche no se va del todo, nunca se va, no, chapurreaba como podía para que yo la entendiera. Los hombres acostumbrados están al mal -me decía- y las costumbres son como costras, y bajo las costras, sabes, las heridas que no cicatrizan, y que otros hurgan. Yo era ingenuo entonces y pensaba que ella como vieja estaba confundida. Pero, abuela, eso fue antes, hace mucho, cuando había guerras, ahora es otra cosa. Y además comemos y vamos elegantes, le apostillaba yo. Enterrar he visto a tantos con su traje de domingos, me respondía. Entonces yo la picaba: Pero ¿tiene rostro esa oscura noche de la que habláis siempre los viejos, abuela? Y qué no va a tener, decía, el peor de todos los rostros. ¿Cuál es el peor?, insistía yo, fascinado. El peor ha de ser siempre el que no se ve, porque le faltan ojos y no te quita de mirarte, no tiene boca y quiere devorarte, no tiene color y arde que te quema. Yo la escuchaba con cierto sobrecogimiento y casi me arrepentía de haberle sacado el tema. No, abuela, no pienses en ello, eso es lejano, no volverá. Ahora les toca a otros. Mi abuela y su tesón: Si a otros la noche negra cae también nos cae a nosotros. ¿Cuándo has visto tú que la noche se parta según para quién? Y extendía la mano dibujando el cielo, para que yo lo comprobara. Justo en la hora oscura en que las estrellas habían decidido estar ausentes.


13 feb 2014

11 feb 2014

improntas




Los sueños son viajes, ya de por sí. A veces también sueñas que viajas. A veces despliegas mapas. Aquellas cartas extendidas sobre una mesa tenían ríos y carreteras y ferrocarriles. Y marcas extrañas y espacios indefinidos. Pero su planitud se convertía en relieve y entre la orografía que salpicaba todo y mezclaba desiertos con océanos y cordilleras con megalópolis aparecían manos. Improntas granates, como si estuvieran hechas con sangre seca de animales. Marcas que dibujaban los dedos abiertos buscando ser estrechados. Pero las manos se movían y se desplazaban sobre el planisferio aquel y lo sobrevolaban. Tú dijiste: son pesadas como moscas. Pero las manos eran poderosas, y sobre todo buscaban donde posarse. ¿Hay mayor fuerza que la que empuja a hallar un lugar de reposo? Cuanto más crecía el mapa más aumentaba el número de manos. Tú dijiste: son las de nuestros antepasados. Yo dije: son manos que están vivas pero que no nos alcanzan. De pronto di un manotazo sobre el relieve del mapa y temí achatarlo. Al levantar mi palma vi que estaba roja y que había partículas de tierra en ella y que en el mapa había quedado un agujero en forma de mano. Al verme asustado tú reaccionaste. No te preocupes, dijiste, lo cubro. Fue milagroso. Poner tu palma y devolver al paisaje su origen fue reflejo. Pero yo me sentía culpable de haber matado algo de mundo, y así te lo hice saber. Debiste ver en mi rostro alguna clase de espanto y procuraste mi calma. Trae tu mano. La enlazaste y contuviste mi sangre.



6 feb 2014

un retorno




Perplejidad. El sueño a trompicones de la noche me retrotrae a un tiempo de iniciación. De pronto aquello se parece a la primavera avanzada de 1973 en la masía de Arenys de Munt, que, según me dijeron, se empleaba sobre todo para colonias. No se cita el lugar ni el motivo de encontrarme allí ni se menciona a quienes me rodean. Pero yo sé que se trata de aquel mismo encuentro. Aspecto físico: diversas estancias donde se congregan gentes optimistas y contentas que se ayudan unas a otras. Todos se conocen, todos se animan, yo soy el advenedizo pero no me siento extraño. La acogida me convierte en uno más de ellos. En el sueño no hay imágenes corporativas, ni nombres, ni insignias, ni consignas, ni edades. Sí parece haber hermandad. Estoy en una de las estancias amplias de reunión y salgo. Al regresar no hay nadie. Me desplazo a otra sala y allá se encuentra un numeroso grupo que habla y se agita moderadamente, al que me incorporo. Unas personas llegan, otras salen. Me voy por un instante y al volver tampoco hay nadie en aquel espacio. Así se repite varias veces más la jugada. De estancia en estancia tan pronto hallo un colectivo como desaparece. En un momento dado me veo solo en la amplia masía. Cae la noche y el punto de la luna dibuja un cuerpo perdido que se va yendo.


5 feb 2014

la inmersión





En los sueños suelen aparecer desiertos. También ciudades que son un desierto. Ambientes reconocidos que pierden su identidad inicial para adaptar su estructura al soñador. Aquella plaza del sueño, transitada y vocinglera, fue convirtiéndose en un aula extensa y vacía, en una larga sala de hospital desalojada, en una estancia de interrogatorios donde la luz y la sombra jugaban al ajedrez. Difícil trasladar la imagen de esta parte a lo que allí en el sueño me colocaba en medio, solo, a merced de inquisidores sin rostro. Uno de ellos me acusaba, el otro me justificaba. Cada vez que iba a responderlos me interrumpían. Si el que parecía defenderme me tendía una mano, al extenderla yo me la retiraba. Si el detractor me arrinconaba con invectivas incomprensibles y yo trataba de defenderme él alzaba la voz hasta obligarme a enmudecer. Aquel juego que aparentaba ofrecer posiciones opuestas coincidía en imposición. Me arrinconaban, me retraían. Miraba la luz y ésta no me ofrecía salida. Corría hacia la oscuridad y chocaba contra muros invisibles. Mientras yo, inútil y desprovisto de defensas, no dejaba de moverme tratando de sustraerme a aquellos compinches que me acosaban inmisericordes, nuevas voces venían a compasar tanto discurso desordenado. Tal vez la confusión me protegía del pavor. De pronto fue cesando la palabrería altisonante. Primero fue ocasional, luego alternante. Se sucedió un rumor ligero, como si los energúmenos se fueran alejando. El paisaje mudó. Me encontré en el fondo de un valle, caminando por el agua de un arroyo poco profundo. Las laderas se volvían más escarpadas y se elevaban a medida que yo avanzaba. Luego sentí que el agua me iba cubriendo. Me sobrecogí por la frialdad que impregnaba mis genitales, mi abdomen, la boca del estómago. No hice nada por defenderme y pensé: me salvo. Cuando me sumergí del todo vino una niña hacia mí y me ofreció una piedra de colores brillantes. La he cogido del fondo para ti, me dijo. Es igual que la que guardo yo desde mi niñez, le dije. Pero ella había desaparecido. Jugué con la piedra y advertí en ella figuras de caballos azules. Sus ojos eran vivos.



4 feb 2014

desconcentración




Las largas horas dormidas hacen y deshacen. Lento, descentrado, bloqueándome a cada paso, mi mirada es de despiste. Evitando que la taza del café se me derrame, torpe al meterme el jersey, poco propenso a emitir palabras. Atrapado todavía en alguna estancia que no se ha cerrado de cuantas visité durante las últimas horas, una extraña posesión me desconcierta. No poder nominarla, no saber qué imagen tiene, no percibir sus contornos, no poder calcular su dimensión y menos su temporalidad. Vendido hasta el punto de que el café no me gusta, de que paso las páginas del diario a la carrera, de que ni me atraen ni me repugnan los acontecimientos adulterados que transmiten, de que al fregar los platos chocan unos contra otros en un rumor estrepitoso que me inquieren por maltrato. Podía probar a pincharme con un alfiler y no lo sentiría. Y esta presión, como si un súcubo jugara dentro de mi cráneo, más allá, más al fondo.



1 feb 2014

los sueños de sillón




Los sueños de sillón son sueños malsanos. Hurtando el tiempo de la ociosidad creativa -por ejemplo leer- deparan combates con el sueño de las sugerencias que el autor que leíamos había puesto entre nuestras manos. Las últimas líneas de la novela se van difuminando para hacerse sueño en bruto. Un sueño se roba al otro. No son pesadillas, tampoco narraciones oníricas. Un extraño campo de batalla se abre durante el lapso en medio de un desierto al que no preveíamos llegar. Ni armados ni desarmados. Ni plenitud ni vacío. Ni bagaje de viajero ni impedimenta de tropa. Ni aprovechamiento ni pérdida. Un tiempo absolutamente evanescente. Humo de imágenes. Pérdida de referencias. En el lento retorno del amodorramiento creemos estar donde nos habíamos quedado. La mirada al reloj nos contradice. El despertar nos ha dejado malhumorados. Cualquier voz no la sabemos ubicar. Cualquier frase en nuestro entorno daña nuestra receptividad. No sabemos si seguir despiertos o si volver a dormirnos. Algo ha cambiado sin que nos garantice que lo ha hecho. Y una cierta dispepsia nos recuerda que el último bocado se había detenido antes de llegar a nuestras tripas.



29 ene 2014

la mirada




También en el sueño se escapa la mirada. Lo hace incluso más deprisa y hacia objetos que normalmente uno no alcanza a fijar. Dispara lo inanimado y amplía horizontes inabarcables, aunque eso sí, de modo efímero. El soñador se dice: he visto. No todo ni mucho ni lo suficiente, pues en el sueño la medida no existe.Y después, una vez despierto, pasa el día estupefacto por visiones que no ha podido retener. Que no ha rescatado lo suficiente para alimentarse con ellas en esta parte. Recuerda a saltos y ve un rostro cuyos ojos avanzan hacia él. El soñador encuentra siempre belleza en toda clase de ojos. Tal hermosura no se encuentra tanto en una pigmentación, un brillo, un color de fondo o un tamaño proporcionado, como en la peculiar expresión. La expresión que ha soñado la otra noche le resulta familiar, ni siquiera requiere que ponga nombres. Aquella mirada avanzaba hacia él y a su vez se desprendía de él. ¿Había melancolía en aquellos ojos? ¿Anunciaban una tristeza pronta aunque estuvieran despiertos? ¿Se trataba de una mirada en marcha, de esas que no acaban de llegar, pero en la que uno se queda envuelto y le confunden? Aquellos ojos soñados ¿hablaban de quien los poseía o clamaban por quien los observaba? Tal es la propiedad omnipotente del sueño que atrae y repele, que quita y pone, que enciende y apaga. De pronto aquella cara que le miraba difuminó todas sus facciones. Al crecer los ojos que se aproximaban a él, el soñador temió por su sed. Cuando se levantó, advirtió en su propia imagen los ojos soñados.


26 ene 2014

perecimiento




Perecí en el mismo sueño, porque si no se toca la profundidad del desamparo no se entiende toda la vida. Perseguí, no como el depredador necesitado de presa para su recreo, ni como cazador de la elemental subsistencia, ni como rastreador de ansiedades, el territorio de posibilidades donde igual que se nos ofrecen generosas también se nos demandan exigentes, requiriendo las aptitudes más hábiles y las conductas más auténticas. Recorrí espacios deslumbrantes y oquedades umbrosas donde ni en unos veía con suficiente claridad ni en las otras permanecía totalmente ciego. Fui entonces alguien por añadidura, pues quien recorre, persigue y perece se encuentra y justifica para siempre el instante de su desaparición. Y en esa meta, la duda dejaba de estar. Los monstruos dialogaron y echaron a suertes si yo debería relevarlos en la sinrazón, pues había superado -me dijeron- todas las pruebas de mi propio don de monstruosidad. Hubo un silencio interminable como si nada hubiera ya. El cansancio tiene cura, pero hay que procurar reconocer su afección.



24 ene 2014

la hebra




Sujeto a una hebra, al borde de la noche. Dudando. Cuando el cansancio decide y el pensamiento genera monstruos antes de cerrar los ojos. Hoy voy a soñar que soy...que recorro...que persigo...que perezco...


22 ene 2014

la maraña




Hay sueños que no se reconocen meramente como sueños. Sueños en los que no parece haber frontera definida ni limitada (¿o se trata de aquello de Celso Emilio Ferreiro a fronteira infinida?) con otro territorio. Sueños que no se reconocen por imágenes figurativas -personas, calles, situaciones, voces- sino por una especie de ramaje intrincado que te atrapa y te anula. Desaparecido en la profundidad de la maraña, sabes que estás dentro pero a la vez tu ansia de libertad -¿también infinito?- dobla tu naturaleza y te ves desde fuera sobrevolando la misma maraña que te oculta. No es confusión, es la pugna entre dos seres -a veces pueden ser dos monstruos- cuyo pulso nunca es ganado por ninguna parte en lid. El sueño solo se mide por un crecimiento desmesurado y boscoso que se convierte en tus piernas, en tu tronco, en tus cabellos, en tus ojos, y que ves y no ves a su través, pues la maraña es hábitat donde sobrevives, guarida donde te proteges de las inclemencias de los hombres. La maraña se ha apoderado también de tus palabras, tampoco quiere saber de tus gemidos ni de tus risas, y solo permanecen allí dentro, disimulados por el rasgueo del viento, el eco de tus latidos. No, tu pensamiento no está a salvo tampoco. Tu pensamiento allí es carencia. Solo resistes, solo prolongas tu tiempo, solo intentas estar bien, solo desproveerte de cuanto te angustia al otro lado del límite. El sueño de la maraña es también un sueño reconductor. Si no despiertas antes de tiempo no percibes el espanto. Te acabas acostumbrando a la maraña, de la misma forma que aparentas sentirte cómodo en la que hay a este lado del sueño. Cuando te preguntas atónito: ¿seremos hijos de la maraña?



21 ene 2014

las lianas




De ordinario, cuando sueño con una caída mi cuerpo se precipita violentamente y abro los ojos con espanto. Esta noche no sucedió así. Caí de incierta posición y con tal intensidad que padecí no tanto por los seres que me acosaban como porque aquello fuera inacabable. El tiempo se imponía a las sensaciones. Las lianas de las horas urdían mi trampa y acaso mi secuestro. Eran húmedas, y sus ásperos perfiles raían mi cuerpo hasta despellejarlo. En un recodo del espacio por donde me precipitaba al misterio quedé prendido entre un bucle de floresta. Cuando comenzaba a desprenderme también de él una voz me sujetó. Llevo tratando de identificarla desde que he despertado. No pienso. Solo intento percibir a través de la misma lengua que hablaban las otras sensaciones.



20 ene 2014

percepciones






Un buen descanso nocturno predispone a un estado feliz durante el día, aunque éste se tuerza.Es como si desarrollase las horas del sueño, como si no quisiera modificar el bienestar que éstas han causado. Un mal descanso presagia una fatalidad en la jornada, si bien urge a tender cuanto antes a una actividad positiva siquiera para compensar el agotamiento. Llamada presurosa a la adrenalina del propio cuerpo. Si a la carencia de reposo se sumara la conflictividad del día, mejor sería parar y tratar de aislarse. Aislarse paralizando la actividad sería lo ideal. De no poder detener los compromisos y obligaciones acudir al cerebro con mucho tiento y arte. Tiene recursos nuestra mente para procurar evasión, reconducir la pesadez, compensar el desánimo o sortear los pensamientos oscuros. Sometido a la alternancia nocturna de sueño y desvelo, acuciado por escenarios oníricos ora de alucinaciones ora de entusiasmos, desgarrado por un despertar que puede oscilar entre la satisfacción o el lamento, el hombre debe dar los primeros pasos del día incluso distante de sí mismo. Si bien suele practicarse el distanciamiento inicial con otros habitantes de la casa, conviene tantearse y pulsar su estado con uno mismo. El tiempo que se necesite. El lugar que se elija: sentado al borde de la cama, mirándose al espejo, practicando ciertos ejercicios suaves de las extremidades, abrazándose el torso. La percepción física del hombre consigo mismo proporciona aproximación (si la noche le ha dividido en dos excesivamente), confianza (no hay otro modelo que sirva sino el mismo reencuentro íntimo), energía (la conciencia de habitar otro día la vida) y humor (disposición para dar los siguientes pasos que deben durar otra jornada completa) Por otro lado, poco hay que decir de quien haya tenido una noche de tranquilidad y alivio, pues se levanta como si siguiera en el sueño. Sólo advertirle que coteje bien el roce de su bienestar con el día incierto que se le avecina. La euforia del cuerpo es limitada y el contraste con la realidad de las exigencias donde entran en acción muchos otros hombres puede trocar el positivismo inicial en desconcierto, como poco.



18 ene 2014

el ovillo




La otra noche se hizo un ovillo y decidió no soñar nada. Como si pudiera elegir lo que está al otro lado pero no al alcance. Para lograr su proposición descabellada no encontró otra manera de impedir el arrebato de los sueños que la vigilia. Aquella guardia permanente le perturbó. No cesó de contonear su cuerpo entre las sábanas. Al resistirse a quedar dormido tensó cada palmo de su cuerpo. Sus músculos se resintieron, los huesos le pesaron, la cabeza no paró de agitarse con mareos, la tos convulsionó su pecho. Sus ojos ardieron y la mirada se disfrazó de seres indeseables. A medida que avanzó la noche cada ejercicio de respiración fue un suplicio. Honda fue la herida de las horas. Malsano el hilo de sus pensamientos. Desesperado el vacío que le paralizó. No se debe echar un pulso con la sombra. Habla otra lengua y clama con otra voz. No se puede evitar que se convierta en venganza si se la niega el cobijo de los sueños.



16 ene 2014

ven




Recibo un sms en el móvil. Me agito. Solo un modo verbal. Conciso, categórico, seco. Ven, dice. Pienso en el verbo al que pertenece, lo enuncio. Conjugo el imperativo mientras me siento sobre un sillar del cruce de caminos de la ciudad en ruinas. Es un modo muy breve y como receptor del mensaje lo percibo con efecto parálisis. Todo lo imperativo es siempre reductor, exigente, implacable. El mensaje termina ahí, en tres letras. No aparece el nombre del emisor por ninguna parte. No siendo mis dedos muy diestros con el teclado salgo y entro del sms, buscando sin acierto quién me ordena, quién me escribe, quién pretende. Logro abrir de nuevo el correo. Ya no hay tal ven. En su lugar aparece una palabra más larga pero con caracteres que no son latinos. El ven sigue rondando en mi memoria, pero ese cirílico antiguo me desarma. Sigo manipulando el teléfono. Un sonido prudente me avisa de que hay un sms nuevo. Ven pronto, dice, como si quien me escribe me estuviera viendo despistado desde alguna atalaya oculta. Tampoco aparece un nombre. En su lugar un número de muchas cifras que, a medida que lo hago avanzar, se prolongan como si se tratase de la transcripción infinita de π. No sé qué pensar y las letras del mensaje se van haciendo más grandes. Empiezan a acercarse algunas personas, tratan de saber qué pone en la pantalla del móvil. Podría preguntar qué se debe hacer en estos casos. Pero la gente que me rodea no habla mi idioma. Entro de nuevo en el apartado de sms recibidos y ahora la palabra que aparece es incompleta. Ve, dice. ¿Le falta una letra o es otro verbo? Si es un verbo diferente también cruje como imperativo, pero entonces hay otra voz detrás. Me turba que me zarandeen dos voces, aunque bien pudiera tratarse de un juego con única procedencia. Sigo pulsando dígitos y el móvil se calienta. Mis dedos sudan, el teléfono se humedece, mi mano se incrusta. ¿Qué decía el mensaje de antes que no doy con él?, me pregunto. Ah, sí: Voy. La ciudad está a mis pies, pero no postrada, sino sumergida. Yo decrezco.



14 ene 2014

la cama




Hay una cama espaciosa y alta. No hay sábanas ni edredón. Alguien duerme junto a mí. Esta persona se levanta de vez en cuando y se mueve por el cuarto. Luego sale y al volver no es el mismo individuo que estaba antes. Quien sea se acuesta también en el hueco vacío sin hacer ruido. Al cabo de un tiempo se levanta y va hacia el fondo. Se agacha, se acurruca en un rincón, susurra, permanece escondido en el ángulo oscuro. Vuelve pero no es la misma persona, es otra que llega con intención de echarse en la cama sin preguntar. Quien sea está desnuda, el cabello le cubre la espalda y se sienta inclinada al borde de la cama. Apoya sus manos en las rodillas y mueve la cabeza arriba y abajo. Yo me incorporo al escuchar el roce seco de unos chasquidos que no identifico. La mujer que está sentada en la cama juguetea con unas canicas y las hace golpear, las pasa entre los dedos. El ritmo se hace más rápido y me desagrada. Ella se acuesta y deja caer las canicas, que ya no son una ni dos ni tres, son muchas más, y están formadas de materiales diferentes. Cada canica suena con un sonido distinto en aquel goteo que no se detiene. La mujer primero no dice nada. Se queda mirando el cielo raso de la habitación. Yo me quedo contemplando el cielo raso del cuarto. Extiendo la mano hacia el techo. Extiende el brazo paralelo al mío. Habla: ¿conoces la voz del yin yang? Le digo que no. Con su mano en alto dibuja de nuevo un juego malabar con unas canicas más grandes que ha vuelto a sacar. Las canicas entrechocan entre sus dedos frágiles y producen un sonido metálico que se extiende. Su voz es también débil pero entera. No tiene demasiada fuerza pero no quiebra. ¿Nunca habías escuchado esta voz?, dice. Qué voz, cuál de las dos voces, digo. Ésta, dice. Percibo un calor próximo, me muevo hacia la voz, pero al darme media vuelta el calor, espeso, no tiene rostro. Estoy allí solo. En una cama amplia, fría. Se resiste a apagarse el eco.



11 ene 2014

al borde




Estoy al borde de una carretera de carriles anchos. Observo el tráfago como un espectáculo más de nuestro tiempo, sin mayor interés. Un niño que debía estar con el grupo de personas entre el que me encuentro se nos escapa. Va corriendo hacia la pista. Corro yo también para detenerle. Cuando le alcanzo la carretera permanece vacía de coches, como si hubieran desaparecido de repente. Nos quedamos plantados en medio de la calzada y en lo que miro en otra dirección el niño deja también de estar. Me sorprendo de encontrarme solo y con cierto apresuramiento me dirijo hacia un extremo. Cuando considero que ya he andado mucho doy la vuelta y me pongo a caminar hacia la otra parte. Entonces me doy cuenta de que aquel vial se ha ensanchado, comiéndose el campo. Es lo más parecido a una pista de aterrizaje. Miro el cielo y éste responde con su nocturnidad. Pero a mí me parece ver todo claramente. Al carecer de puntos de referencia voy dando tumbos tratando de hallar una señal que me haga saber dónde estoy. Tampoco hay ruidos, ni voces, ni sopla el viento. Como si las sensaciones se hubieran ausentado. Estoy perplejo pero no inquieto. Me siento en el suelo, cuya textura me resulta extraña. No es asfalto ni grava. Mi piel no se reconoce en la materia que me sustenta. Aquella no percepción es amable, no obstante. Y el vacío que me rodea carece de temperatura y de densidad. Solo me turba tener que aburrirme, por lo que me levanto y hago ejercicios como una manera de llenar mi pequeña porción de espacio. Y lo que intuyo como un marco persistente de soledad. Luego me tiendo a dormir. Me veo soñando. Sueño que estoy al borde de un lago hablando con otras personas. Y que de improviso me levanto y camino hacia la costa. Que luego me apresuro más. Que echo a correr. Que el rutilante verde pálido del agua me alcanza. Y que un niño ha salido desde el grupo de gente en mi búsqueda, invocando agitado y protector mi nombre.



10 ene 2014

el hombre en la noche



(Vilhelm Hammershoi)



En la apariencia de la noche, ausentes las palabras, dormidas las fuerzas, inmóvil la conciencia el susurro toma poco a poco la voluntad del hombre. Aparcadas las imágenes del día y sorteadas las propuestas que no se llevaron a cabo se despliegan como un aura las horas inciertas. El hombre que se dispone a soñar se acomoda de la manera más cariñosa que le pide su cuerpo. Trata de desasirse de lo que no resolvió durante el día, de la pesadumbre por no hallar salida, un día más, al propio cerco. Se enroca en una satisfacción más intuida que confirmada. Dormir para purificarse, hallar un reposo no solo del desgaste de las energías sino de las desesperanzas. No se siente convocado por las expectativas que el tránsito de la noche suponía para él en otros tiempos. Ciertos lastres ha echado por la borda. Mas algunos tesoros que aún anhela no acaban de ser descubiertos debido a su actitud dubitativa. Las euforias han ido quedándose por el camino, acaso a la espera de un deslumbramiento ocasional. Los rastros de la curiosidad se difuminan, tratando de distinguir cada vez con mayor esmero lo que merece la pena. No es momento éste de dilucidar ni de decidir. El precio del insomnio turbaría el viaje del misterio. Cada noche el hombre se enfrenta con el misterio, se deja engullir. De tal captura se despertará inquieto pero sonriente por haberse liberado de los espectros. O bien con un bienestar al que responderá con lástima por la inanidad de lo vivido. El diálogo con el otro lado del umbral conduce al hombre a un espacio donde no hay disfraces. Él desea multiplicar las posibilidades que no le brindan las horas claras. Se sabe secuestrado pero feliz, a medida que se va desprendiendo del hombre formal para revelarse como el que cree auténtico. No deja de ser éste sino apenas un personaje posibilista, inaprensible, al que conduce de la mano el susurro. El roce de las sábanas, los leves ronquidos de la respiración, el movimiento para adaptarse a la matriz donde la ausencia no es vacío. Y una simulada voz que se va diluyendo y que le dice: eres y no eres. La última luz hará guardia en su lugar. La noche es ya él mismo, y lo acepta.